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De la serie "Cuarentena", La Suerte, 2013.

La Telaraña

(Cuando la habitación propia es un lugar mental)

Editorial

 

Por: Ana Cristina Franco

Fue el mundo arácnido de Louise Bourgeois el que nos inspiró para el título de esta edición, La telaraña. Las arañas de Bourgeois son al mismo tiempo vida y muerte, útero y cárcel, se parecen a esa red que tejemos las madres y que sostiene a nuestras crías ( y a nosotras mismas), que nos conecta con las otras mujeres, que es delicada, casi invisible, y a la vez, capaz de sostener a un elefante… pero que también se puede enredar, y convertirse en una maraña de la que ni siquiera nosotras conocemos la salida. La telaraña es el nido pero también la trampa,  “la madriguera y la tumba”, como diría Martu Lasso.

 

En este número hablamos de los hilos finos con los que están tejidos la maternidad y la creación. Hay que reconocer que no es un mito que una madre tenga menos tiempo que una mujer sin hijos. Esto ha llevado a varias artistas a renunciar a la maternidad  (Marina Abramovic, Anaïs Nin, Simone de Beauvoir entre varias otras). Pero, ¿Qué sucede cuando las mujeres quieren optar por las dos cosas?, ¿Desde dónde pueden crear las madres?, ¿Qué necesita una madre para crear? Con algunas de estas preguntas arrancamos nuestra segunda edición temática que ofrece un repertorio de alto vuelo: en nuestro podcast tenemos como invitada a la actriz Randi Krarup, y Catalina Unigarro nos regala una nueva playlist llamada “La Araña” cuyo reportorio va desde Susana Baca, pasando por Mafia Andina, hasta Cat Power. Dani Game escribe sobre las múltiples mujeres que la habitan desde que llegó su hijo al mundo y se pregunta como conciliar en un solo cuerpo a la escritora y a la madre; Gaby Paz y Miño narra con especial dulzura la cotidianidad de una escritora imbricada en un universo doméstico; publicamos también La Cuarentena, una alucinante crónica ilustrada del puerperio, creada por La Suerte. Ana Alvarez Errecalde, una de las artistas contemporáneas que más ha trabajado con el tema de la feminidad y la maternidad, nos concedió una entrevista que al fin podremos publicar y que además estará acompañada de sus fotografías. La obra de Ana es poderosa y necesaria, porque ella está empezando a crear imágenes que representan a mujeres reales; su obra invita a reflexionar sobre cómo hemos sido vistas las mujeres en la Historia Universal y en la Historia del Arte.

 

Todas las madres creadoras hemos soñado con la famosa “habitación propia”. Ese lugar ideal en el que no existen gritos, y en el que una no debe alternar la creación con sesiones de lactancia o platos sucios.  Pero, ¿podemos las madres desentendernos del mundo doméstico y encerrarnos a crear? ¿Qué tan realista (y consecuente) sería anhelar una habitación propia?  ¿No responde esa imagen ideal a la de un “genio masculino”?, ¿Ese genio encerrado en su despacho, al que nadie debe molestar porque se pondría furioso? ¿Ese que se desentiende por completo del mundo doméstico, porque claro, no le pertenece, y  que trabaja mientras afuera las mujeres cocinan y crían niños? Esto lleva, una vez más, hacia otra pregunta: ¿En qué se piensa cuando se piensa en una madre/artista?, ¿Dónde se la mira creando?  ¿Existe una imagen que represente a las mujeres creadoras? . 

 

Gaby Paz y Miño, desde su lugar de  madre escritora, dice: “La imagen no es tan romántica como la del escritor desvelado, con bata a cuadros y un café que se enfría, mientras arruga papeles y los tira al suelo con frustración. Yo soy, más bien, la madre a medio vestir, a medio peinar, a medio comer, a medio escribir… que da muchos enters y desplaza hacia abajo –donde no se ven- los párrafos que no le gustan, mientras repite: ya voy.” 

 

Para Ana Alvarez Errecalde la habitación propia sería un privilegio de clase. “Tener la habitación propia”, ¿qué implica?, ¿quién mantiene esa habitación?, ¿qué mujeres son las que limpian, crían y cuidan para que ella pueda tener su habitación propia y escribir libremente?. A veces ciertas luchas feministas en cierta forma pueden ser burguesas e invisibilizar el trabajo de otras mujeres con menos privilegios y situaciones de precariedad, mujeres migrantes, que son al final las que están poniendo el hombro para que ellas puedan crear.” Dijo Ana, en una entrevista que le hice cuando estuvo en Quito y que la pueden leer completa en este número. Entonces Ana, al contrario del predicado de Woolf, abre la puerta de su taller y deja pasar a sus hijos. 

 

La forma de crear de las madres difícilmente podrá encajar con la del genio que se encierra a crear. Esa es una imagen (quizá un estereotipo ya) que responde a una figura patriarcal. La madre artista tiene otro tempo para crear. Un tempo que quizá empiece por abrir la puerta (del taller, del despacho, de la mente); porque abrir la puerta significa empezar a crear otro imaginario sobre la artista, empezar a construir el genio femenino. Cuando digo “abrir la puerta”, por supuesto, hablo en sentido figurado. Porque la habitación propia también puede ser ese espacio/tiempo desde el que creamos mientras damos la teta, mientras lavamos los platos, o como Alice Munro, mientras los hijos hacen siestas. Y sí, este proceso creativo supone una suerte de desdoblamiento, porque ser mamá es también volverse dueña de una poderosa ubicuidad. “Este aquelarre que me habita” escribe Dani Game. Porque una madre es un millón de mujeres: una que lava los platos, otra que escribe o pinta, otra que prepara la cena, otra que sale al jardín. Todas al mismo tiempo.

 

En uno de los dibujos de La Cuarentena, La Suerte muestra a una mujer (ella misma) acostada en la cama de hospital después de dar a luz. El cuerpo desparramado, el vientre todavía flácido, un brazo intervenido con suero mientras ella duerme. Pero en este cuerpo ausente, en medio de los ojos cerrados, hay un tercer ojo (muy característico de la obra de la Suerte pero en este dibujo en particular parece adquirir mayor sentido) que está muy abierto. Un ojo que mira desde otro lugar. Este es, precisamente, el ojo con el que mira la madre artista. Entonces abrir la puerta  también es abrir la percepción, esa percepción que se abre después, o a través, de la transformación del cuerpo/mente en la maternidad. Después del parto el tiempo transcurre de otra manera. Randi, quien tuvo 3 partos en casa, sintió que parir de alguna manera fue como despertar. Ella decidió suspender sus actividades artísticas después de la llegada de sus hijos, sin embargo, a partir de esta nueva experiencia, en alguna parte de su ser se gestaba esta nueva consciencia artística; mientras ella maternaba, la artista crecía en silencio en algún lugar de su inconsciente… Y cuando el invierno/puerperio terminó, empezó a germinar con fuerza.

  

Paradójicamente, parecería que es precisamente en esas interrupciones (cuando nos vemos obligadas a abrir la puerta), donde la consciencia artística materna se va transformando. Mientras Dani Game hace dormir a su hijo, dice alcanzar un estado de lucidez en el que puede ver con claridad a la escritora.  “Ahí, en ese momento de contención me vuelvo escritora, ahí publico y me leen. Ahí, donde no estoy y ahí, donde para llegar tendré que aprender a esperar, un poquito, a escribir más, todos los días, un poco más.” Escribe Game.

 

Gaby Paz y Miño, en su texto, cita una frase que dice “Yo quería cambiar al mundo, pero no encontré niñera”. Esto me recordó a otra muy parecida que alguna vez se publicó en Facebook. Decía: “Yo quería hacer la revolución, pero tuve que llevar a los niños al parque”, a lo que una mamá comentó: “La verdadera revolución es llevar a los niños al parque”. Se suele ver a la maternidad como principal antagonista de la trascendencia (la revolución en ese caso, el arte, en este) quizá porque esos grandes terrenos (Arte, Revolución, etc) han sido siempre dominios masculinos. De ese imaginario nace la figura del genio que se encierra para crear. Pero la madre creadora no puede cerrar la puerta y fingir que no existe el mundo doméstico/materno, de hecho, muchas veces lo incluye en su búsqueda artística. Aunque la artista madre está rodeada de ollas e hijos, sabe que existe un lugar que es infinito y que sólo le pertenece a ella. Y desde ese lugar (esa habitación propia) escribe,  pinta o danza o actúa. Esa habitación no siempre está en un lugar de la casa, sino en un recoveco recóndito y profundo de la mente. Dura lo que dura la siesta de los hijos, y, al mismo tiempo, es eterna.

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