SANGRANTES
Jen Lewis, "Beauty in Blood"
Alicia Franco
Bióloga
De pronto un calor vestido de sangre bajó por mi pierna, recorrió montañas y valles hasta deslizarse por mi pie y tocar el suelo. Cubrió la tierra, se abrió camino como un riachuelo rojo carmín, su fluir mágico hacía que de la tierra brotarán semillas luminosas que pronto empezaban a transformarse en plantas que no paraban de crecer. Todo lo tocado se iba transformando en un bosque verde fosforescente luminoso, el fluido contenía la fuente de la vida, ante mis pies ahora nacía un bosque tropical…
Así eran mis fantasías con mi luna, cuando llegó tenía 13 años, no hubo mucho misterio ni bosque tropical. Mi mamá muy amorosamente me enseñó sobre las toallas higiénicas y sobre anotar siempre la fecha de cuando llegue la regla (nombre espantoso). Recuerdo que en la noche consulté el libro de anatomía humana que se llamaba El Hombre. Era el libro más leído en mi casa, cuando alguien tenía cualquier dolencia mi mamá consultaba el libro como un Google moderno que resultaba siendo la fuente de toda hipocondría. Y cuando leí que la llegada del fluído endometrial marcaba el cambio de niña a mujer, me invadió una pena terrible y sí, lloré… no sé si realmente me comí ese cuento pero me costó algunos años dejar de tener cólicos menstruales muy fuertes. La acupuntura fue mi salvación porque me conectó con el ciclo, empecé a ser bien regular.
Pero años después cuando conocí a las Lunas, fue realmente que logré reconciliarme con mi ciclo menstrual. No soy persona del tampón, porque mi periodo es bastante energético. tengo un canal abierto hacia la tierra y taponarlo me es insoportable. Alérgica al 99% de las toallas higiénicas, cuando descubrí las Lunas algo cambió en mi cuerpo, me reconecté con la maravillosa posibilidad de limpiarme cada mes, de usar mi fluido vital para las plantas, mi fantasía casi casi hecha realidad. Actualmente por un tema de viaje dejé de usar las Lunas y volví a las toallas higiénicas. Pero mi fantasía se ha visto truncada por una realidad escalofriante, mi sangre ahora yace coagulada y medio podrida en el medio de un basural hediondo putrefacto y rodeado de miles de plásticos de cientos de formas y colores diferentes, donde tendrá que esperar por millones de años para poder transformarse en aquel bosque. Suena un poco masoquista pero creo que por ahora solo soy una más del millón de mujeres que consumen y se desconectan para sobrevivir en este mundo veloz, que no deja tiempo para conectarse de formas más naturales con nuestros propios cuerpos.
Ana María Canizales
Arte-educadora
Una hermana del alma me preguntó hace unos días por mi primera menstruación, y para ser sincera, tristemente, no tengo un recuerdo claro de ella. Recurro a mi madre, para que refresque un poco mi memoria.
Lo que sí recuerdo es que entre los 11 y 13 años, durante mi bachillerato en Buga, llegó la menstruación con cambios profundos en mi cuerpo y mi ser. Recuerdo también, que me asusté mucho cuando sentí en mi pecho unas piedritas grandes que luego mi madre me explicó, eran parte de la transformación de mis senos, los cuales, para mi desdicha en ese momento, crecieron mucho, siendo muy atractivos para los seres masculinos de mi entorno y la envidia de algunas de mis amigas y conocidas. Fue tal mi incomodidad con respecto al crecimiento de mis senos, que poco a poco, fui adquiriendo una joroba monumental con la que busqué esconderlos y pasar desapercibida. Mi talla era 34B y en este momento no llega a 30, quizá por la relación conflictiva que desde ese instante establecí con mi cuerpo y sus transformaciones.
Siendo adulta y después de una histerectomía (extracción del útero) en diciembre de 2011, con 27 años, me di cuenta de que era necesario parar para re-parar, mi cuerpo así me lo exigió. Era necesario y vital revisar ¿qué tipo de vínculo tenia con mi ser femenino?, indagar sobre mi linaje materno y los dolores que se anidan en las almas y trascienden generaciones enteras. El precio que pagué quizá por mi alto descuido, mi conflicto con la maternidad, con mi ser mujer, mi madre, fue muy alto; mi útero tuvo que ser extraído para darme cuenta de que no podía entregarme a mi trabajo 7 días a la semana 24 horas, ¡qué no podía cambiar el mundo, pero sí, mi mundo!, que era necesario perdonar a mi madre, a mi padre, y perdonarme. Me di cuenta, que mis relaciones amorosas eran caóticas, dependientes, tóxicas; que mi relación con los hombres se basaba en la necesidad de compañía y que los miedos y fantasmas de la infancia servían de puente para establecer mi relación con ellos. Pude ver la niña que me habitaba, aún con muchas tristezas y dolores, la niña que había asumido el cuidado de sus hermanos a muy temprana edad y que generó en mí un rechazo a la maternidad, al cuidado y la responsabilidad hacia otros. Sin embargo, también valoré que el cuerpo se limpiara mes a mes, y lo maravilloso de la ciclicidad que habita a las mujeres del planeta. La profunda conexión que existe con la luna, con la tierra y los seres femeninos que habitan el universo.
Descubrí que el feminismo que durante años prediqué, me confrontaba con el hecho de que debía “ser más que un útero”, pero que una cosa era decirlo, y otra, padecerlo. No tener control sobre esta decisión era algo que me perturbaba y creo, escribiendo esto, aún me perturba.
Como estudiante de sociología en la Univalle y siendo activista de colectivos de mujeres, se cultivó la necesidad de tener una perspectiva de género en mi vida, la cual, desde mi nacimiento, fue sembrada por mi madre, una madre soltera admirable, que ponía el rango de lo femenino muy por encima de lo que había vivido con respecto a lo masculino, a través del abandono de mi padre y el acoso de algunos hombres durante mi infancia. Todo ello, me llevó a asumir posturas feministas radicales en las que se incrementó mi odio hacia lo masculino y me esclavizaba para ser la “super chica” que me exigía ser. Un desbalance tremendo que terminó en la extracción de mi útero y en la ausencia de mi menstruación desde hace ya 8 años.
Una invasión dolorosa que por fortuna estuvo acompañada de personal médico muy humano, la bendición de los cuidados y el amor de mi familia, de mis amig@s y la solidaridad de muchas mujeres. Pero, como dicen por ahí… no hay mal que por bien no venga. Desde entonces, tomé la decisión de vivir en el campo, junto a la naturaleza. Donde quiera que fuese, estaría rodeada por la magia y el bienestar que la tierra y sus seres me regalan. Fortalecí mi enfoque feminista, entendiendo que más que una apuesta social o política, era una apuesta holística que me exigía sanar de manera integral, perdonar, realizar aperturas de mente y corazón para entender que la lucha no era contra lo hombres, que ellos también han padecido el rigor del patriarcado. Que la resistencia debía convertirse en re-existencia, que era necesario cambiar el concepto de revolución por evolución, que el conflicto es necesario, pero que es importante tener mejores conflictos como dice el maestro Estanislao. Que somos diversos, y que como dice Gandhi es necesario ser el ejemplo de lo que queremos ver. La biopolítica, el ecofeminismo y muchas otras corrientes de pensamiento entraron a hacer parte de mi vida. También el yoga, la danza, la música y por supuesto, el trabajo junto a la tierra y las plantas como mis mayores aliadas en este proceso.
Los círculos de mujeres y los encuentros con otras, adquirieron otro sentido, a tal punto, que hoy me dedico 100% a ese proceso. Oriento espacios de yoga para mujeres, y acompaño, junto a mi hermana, a formar a otras mujeres en ginecología con plantas & brebajes, compartiendo mi experiencia, e incitando a aquellas que aún tienen su útero físico, y que viven su ciclicidad marcada por la sabia biología de sus cuerpos, para que se reconcilien, sanen y vivan más armónicamente estos procesos.
Ahora entiendo, que mi útero físico no está, pero que su energía creadora aún me habita e intento conectarme con ella y cultivarla. Entiendo la importancia de que el cuerpo invite al descanso mes a mes, a la introspección y el autocuidado. En mi caso, debo afinar mucho más mi intuición y mi conexión interna para comprender en qué momento de mi ciclo me encuentro, ya que a diferencia de las mujeres que aún menstrúan, no cuento con el reloj biológico que nos otorga la naturaleza. Aún tengo muchas dudas sobre qué pasa con mis óvulos mensualmente, ya que tengo ovarios, pero no sé de donde se arraigan, no comprendo qué pasó con el vacío físico que genera la ausencia de mi útero. Hemos intentado junto a muchas mujeres buscar respuestas a estas preguntas, pero tristemente la ciencia médica ginecológica aún no cuenta con la sensibilidad para enseñarnos lo que ocurre con nuestros cuerpos después de una intervención como esta. Anhelo el día que pueda comprender mejor mi nueva anatomía física femenina, y pueda cultivar aún más mi conexión con el potencial creativo que se alberga en este nodo energético de nuestro vientre.
Y desde las montañas de Tabio en Colombia, animo a muchas mujeres que quizá tengan una relación conflictiva con su ciclo, con su ser femenino, para que se tomen el tiempo y el espacio para reconciliarse consigo mismas, para perdonar y perdonarse, para replantear ese vínculo y generar mayor armonía con sus cuerpos, con su ciclicidad y agradecer por la oportunidad de ser mujeres, de albergar ese potencial de creación que cada una decide hacía donde lo proyecta y comparte. Un momento para agradecer por tener ese maravilloso reloj biológico llamado menstruación. Las invito a que empiecen ya, y no sea el cuerpo físico o médico el que te diga que debes asumir la responsabilidad de tu salud ginecológica, y comprender que la menstruación no es una enfermedad, no debe ser dolorosa y traumática, por el contrario, es un momento de mucha creatividad, intuición, donde potenciamos el arquetipo de la Bruja que nos invita a fortalecer nuestra intuición y conectarnos con nosotras y el maravilloso universo que habitamos.
Geneviève Rajoy
Educadora en Salud Reproductiva Holística.
Soy educadora del Método Justisse de reconocimiento de la fertilidad, con el cual las mujeres pueden aprender a observar, registrar e interpretar sus signos de fertilidad para tomar decisiones informadas sobre su salud reproductiva. Estudié en el Justisse College de Canadá.
Menstrué por primera vez a los 15 años. Cuando estaba por llegar mi primera luna tuve un pequeño cólico en la espalda y mi mejor amiga me dijo lo que me iba a pasar: iba a llegar mi menstruación. Recuerdo haberme sentido un poco perdida, porque todas mis amigas ya menstruaban, y yo menstrué un poco tarde. Por un lado, me sentía bien de no menstruar, en el sentido de que no tenía que preocuparme por el sangrado y experimentar los cólicos que veía en mis amigas. Por otro lado, tenía ganas de “unirme” al grupo y sentirme más grande.
Por eso en el momento de ver mi calzón manchado, sentí una alegría por dentro, profunda, difícil de explicar. Y también un poco de miedo, vergüenza, y una sensación de incertidumbre por no saber qué iba a pasar al no saber muy bien qué era lo que eso significaba. Mi mamá me abrazó, le salieron lagrimas, y mi padre también me dio un abrazo. Fue un momento súper emotivo, con emociones mezcladas.
Siento que esas primeras emociones confusas, tuvieron mucho que ver con cómo viví el resto de mis ciclos y con mi profesión actual. Al comienzo no estaba muy conectada, usaba tampones y toallas plásticas siempre con la sensación rara de usar plástico y no me gustaba la idea de botarlas a la basura. También, por desconocimiento, usé anticonceptivos hormonales que me provocaron un desequilibrio hormonal difícil de sanar. Alrededor de mis 24 años comencé a usar una copa menstrual. Luego descubrí las toallas de tela y me uní al colectivo Lunas, que es un grupo de mujeres que confecciona, difunde y vende toallas femeninas ecológicas hechas en Ecuador. Y no volví a usar métodos anticonceptivos hormonales.
A través del uso de las toallas de tela me sentí mucho más conectada con mi ciclo y más cómoda al no generar basura. Recuerdo claramente que la primera vez que vi mi sangre en la copa menstrual fue muy importante, porque era un líquido muy bonito, diferente a lo que yo imaginaba. Me llamó la atención su hermoso color rojo brillante y su olor que era muy diferente del de las toallas plásticas. Así, poco a poco, fui comprendiendo mejor mi menstruación y todo mi ciclo menstrual. Fue muy bonito para mi tener ese nuevo encuentro con mi sangre.
Al difundir el uso de las toallas ecológicas tuve un despertar. Me di cuenta que realmente las mayoría de las mujeres no entendíamos nada del ciclo y eso me llevó a buscar una guía profesional y luego a prepararme para hacer lo que hago hoy en día. Me gustó mucho comprender como el Método Justisse nos enseña a que, además de observar el sangrado, es muy importante estar atentas al moco cervical. El moco cervical es señal de fertilidad y de la ovulación. Y la ovulación es la clave del ciclo porque marca la diferencia hormonal para que ocurra la menstruación y el todo el ciclo se dé de manera saludable.
La forma en que experimenté esos primeros ciclos tuvo mucho que ver con lo que hago ahora. Me encanta mi profesión, me siento muy bendecida de poder vivir mis ciclos con conciencia y conocimiento. Y amo poder compartir esta herramienta de transformación con otras mujeres.
Gracias!
Jenny Chicaiza
Mujer Kayambi, fuerte, soñadora, lectora, escritora, curiosa de lo que nos hace ser. Amante de la naturaleza, la justicia y la verdad.
Recuerdo que mi primera menstruación fue dolorosa. Lo primero que hice fue contárselo a mi mamá y ella me lanzó una mirada cómplice con un poco de tristeza. Lloré, lloré mucho porque pensaba que un destino incierto me esperaba; fue increíble la sensación de soledad y angustia que acompañó mi primera menstruación. Francamente no sabía qué hacer. Era como si quisiera que nadie sepa lo que había pasado, porque sentía vergüenza.
Conversé con mi mamá y me contó cómo fue su primera menstruación. Una experiencia totalmente distinta a la mía, ella no sabía qué era lo que le estaba pasando, pensó que se había lastimado. Su primera reacción fue bañarse y fue su madre, mi abuela, quien le explicó lo que le pasaba. Le enseñó a hacer sus propias compresas y le recomendó sobre la limpieza diaria en esos días, incluso con infusiones de plantita. Este tipo de conversaciones siempre me dieron más confianza en mí misma, porque esta primera experiencia también hizo que yo me sienta más débil e indefensa. Con los años esto ha ido cambiando.
Conversar con mi mamá me permitió cambiar la forma de pensar sobre la menstruación como una “enfermedad”, al contrario, ella me decía que el sangrado es una muestra de salud; la forma como eliminamos impurezas de nuestro cuerpo para mantenernos sanas.
La menstruación definió en parte mi forma de ser, me hizo más sensible, más atenta a la vida. Fue la experiencia “de paso”, “de cambio” más real e importante en mi vida. Aún me cuesta recibir a mi ciclo menstrual, no puedo negar que me sigue sorprendiendo, pero siempre me acerca a nuevas experiencias con mi cuerpo y mi forma de ver la vida.
No se habla de este tema todos los días. No entiendo cómo siendo algo tan natural, se ha convertido en algo tabú incluso entre mujeres. Hablar del tema, contar historias, nos permitirá acercarnos y aprender más de la vida, de lo que nos ha definido y nos hace ser.
Alessandra Sanguinetti.
Vanessa Terán
Comunicadora, periodista.
La primera vez que menstrué estaba en un viaje con mi papá y mis dos hermanas en Florida. Gracias a que mi mamá siempre nos contó todo acerca de ese “momento“, sabía exactamente lo que estaba pasando, pero sentía muchísima vergüenza de contárselo a mi papá. En general, creo que en mi generación aún crecimos con la idea absurda de que la menstruación, si bien no era algo para ocultar o avergonzarse, si se debía vivir en voz baja, de forma discreta y como una cosa “de mujeres“.
Entonces como tantas otras veces en la vida, mi hermana Milena —quien me introdujo a Bjork, Bob Marley, y Pink Floyd; con quien fumé cigarrillos por primera vez (a los 12) y luego marihuana (a los 16); la primera que me llevó de fiesta a una discoteca, entre otros— me enseñó todo lo que necesitaba saber. No solo eso, me consiguió toallitas higiénicas sin que mi papá se entere de lo que estaba pasando. Sin consentirme demasiado, me hizo sentir segura de que estaba todo bien y de que lo que estaba viviendo era completamente normal.
Recuerdo sentirme rara esos días, repleta de sentimientos encontrados. Lloraba leyendo un libro de Chicken Soup for the Soul; sentía un nivel de iras inusitado por cosas absurdas (esto está registrado en mi diario de la época) y recuerdo ver Bring it on en el cine y enamorarme perdidamente del novio de la protagonista. Al llegar a Ecuador, le conté todo a mi mamá con lujo de detalles y luego llamé a mi mejor amiga de entonces, Caro, por teléfono a darle la noticia. Sabía que ese era un momento pivotal y que marcaba una especie de iniciación en mi vida como mujer. Y gracias a mi hermana mayor pude vivirla de la forma más natural posible.
Silvia Vallejo Hidalgo
Comunicadora Social y fotógrafa.
Un gran susto a los 10 años: mirar mis calzonarios (así se llamaban en los años 70), estaban con sangre. Muy temerosa inspeccioné la silla, ¡no era roja, NO!, ¿será la remolacha que comí? al fin mejor me bañé. Sentí miedo de contarle a mi mamá, solo se me ocurrió que al día siguiente le contaría a mi prima grande, a la que queria mucho y de la que aprendí muchas cosas.
Al día siguiente escondí mi calzonario y mi pijama manchada, y fingí mucho dolor de estómago para no ir a la escuela; mi madre accedió, y las agüitas de vieja iban y venían. Llamé a mi prima por teléfono, le pedí que viniera urgente. Le conté asustada y llorando, ella se rió y me dijo “es normal, ya eres grande, solo te enfermaste”, no entendí. Al fin me explico que enfermarse es tener la menstruación, era la primera vez que escuchaba esa palabra. Luego de tantas explicaciones me trajo las toallas y los imperdibles para sostenerlas. Yo solo pensaba en cómo le contaría a mi mami y por qué ella no me habló de esto (ahora creo que ella nunca pensó que me vendría tan pequeña).
Escuchando los consejos de mi prima y sus enseñanzas de cómo usar las toallas, luego de tres días, no menstrué más. Mi prima asustada, me dijo que no era normal, porque a ella le duraba ocho días y además con cólicos, y a mí no, así que decidimos contarle a mi mamá. Ella con cara de tristeza y llorando me dijo, “Oh, ya eres una mujer”. La verdad no entendía nada, me preguntaba ¿Ahora soy mujer? Y antes ¿qué era? Nos explicó que no todas somos iguales y que era normal lo que me pasaba.
Han pasado largos años y realmente nunca me sentí bien con la bendita menstruación, llegaba cuando menos la quería, justo al ir a la playa y cuando me casé y no la tenía, estaba embarazada: wow ¡un tormento!
Así que pasaron muchos años y llegó el mejor de mis momentos: la menopausia. Al fin desapareció de mi vida, y ésta es una etapa que disfruto mucho.
Esta experiencia me dejó una gran lección que fue que no sería como mi mamá. Hablé de este proceso con mi hija e hijos desde muy temprana edad.
Valeria Galarza
Antropóloga.
Mi experiencia con la endometriosis.
El próximo lunes tendré mi tercera cirugía por endometriosis. La endometriosis es una enfermedad que afecta a 1 de cada 10 mujeres. El promedio para su diagnóstico es de 9 años. Y a pesar de haber sido caracterizada por primera vez en el siglo XIX, aun no tiene cura. Pero ¿por qué hablar de esta condición en una publicación sobre menstruación?
Para mí, como para muchas mujeres, la endometriosis ha sido nuestra más íntima compañera durante cada ciclo menstrual. Una compañía que puede llegar a ser obscura y llena de mucho dolor. Parte de los síntomas de esta condición es la dismenorrea, llamada comúnmente como cólico menstrual. También presenta dolores pélvicos agudos provocados por movimientos digestivos o durante encuentros sexuales. E infertilidad en el 50% de los casos.
Pero en estas sombras, también hay luz. La posibilidad de resistencia ante prácticas médicas que normalizan el dolor, instaurándolo como un síntoma más de la menstruación. Tomar conciencia ante formas invasivas de intervención (quirúrgicas y hormonales) que nos llevan a los límites de nuestros centros en la sagrada alianza entre cuerpo y mente. Encarnar la bulla frente al silencio social a una condición que sólo afecta a mujeres. No es el tipo de luz de una tarde soleada frente al mar, lo sé. Pero creo que es un resplandor necesario en el mundo de hoy.
Johanna Hedva, en su texto “Teoría de la mujer enferma”, habla de las enfermedades crónicas y hace referencia a su origen etimológico del latín chronos es decir “relativo al tiempo”. Nos recuerda que padecerlas significa que nos acompañarán “toda la vida”. Y desde ahí, en la relatividad del tiempo, no siempre las cosas son fáciles. Pero desde esta compañía durante cada menstruación, yo decido que mi salud me pertenece. En las letras de Hedva, invoco las palabras de muchas mujeres, y siento que no necesito ser arreglada, es el mundo el que lo necesita. Me digo, desde la ternura y la comprensión, que la existencia misma debe ser entendida como algo que es primariamente y siempre vulnerable. Entiendo que es necesario compartir y caminar junto a otras mujeres, y asumir este espacio íntimo como un lugar para transformarnos. Entiendo que el sangrar, también es sanar.