LA TETA PARLANTE
Isabel Cornejo
Artista
Una historia de lactancia (y de destete)
El 5 de Febrero del año 2010 di a luz a mi niño saludable y grande, mi Timoteo. Luego de 15 horas de labor de parto sin dilatación, en el hospital no me querían/podían "esperar más", había perdido un poco de líquido amniótico y la cesárea se tenía que realizar. Me fui triste al quirófano viendo desvanecerse mis ilusiones de parir. Mis padres, hermano y suegros me alentaron a ir valiente a la sala de operación. Así lo hice. Timoteo nació gritando a todo pulmón y haciendo el signo de "rock and roll" con ambas manos, bestial. Nació justo cuando empezaba el atardecer anaranjado de Tumbaco. Pesó 9 libras y midió 56 cms, era enorme para caber dentro de mi... Increíble.
Yo estaba en un trance de felicidad, epidural, ansiedad y tembladera. Me lo acercaron, le besé y se fue con el papá a ponerse guapo. Timoteo vino a la habitación tres horas más tarde, limpio, bañado y vestido con un trajecito verde limón, a lactar. Ese día empezó nuestra aventura, Timoteo lactaba, lactaba y lactaba, tomé al pie de la letra los consejos varios de las mujeres de mi vida que ya lo habían hecho, empezando por mi mamá: "toma bastante agua, abrigate la espalda, come frutas, no comas granos, ají, café" y así lo hice, mis pechos se inflaban de leche, una ligera corriente eléctrica recorría mi cara, mis mejillas, mis brazos, mis hombros, y hasta espalda, pequeños ríos eléctricos de leche convergían en mi pecho y Timoteo los tomaba con fuerza, pasaban tres horas, y de nuevo, otra vez llenos de leche, a rebosar, la leche traspasaba unas almohadillas redondas, el sostén, la camiseta y el saco. A veces Timoteo dormía o no quería lactar y yo recolectaba esa leche en bolsas en la refri, le daba al perro de mis papás o al gato, le limpiaba la cara, me la limpiaba yo o a mi marido.
Timoteo lactó con avidez durante tres años calendario para despertarse, dormir, de postre, de llorón, de alegre, de enfermo y de sano.
Ahora que han pasado ya cinco años desde que dejó de lactar, siento agradecimiento con mi cuerpo por haberme dado la oportunidad de alimentar de esa forma a mi ternero, también porque creamos un vínculo fuerte juntos, porque raramente se enfermó y porque podía alimentarle cómodamente en cualquier sitio y momento.
Cuando estaba cerca de cumplir los tres años, a los dos años con 8 o 9 meses debo admitir que empecé a sentirme cansada, por no decir exasperada. Quería volver a ser dueña de mi misma y de mi cuerpo entero, como dije antes Timoteo era grande, venía corriendo y con toda fuerza y determinación quería lactar, y yo ya no quería darle, pero como mamá amorosa, primeriza y condescendiente terminaba complaciéndolo. Hasta que lo decidí, me armé de valor y hablé con él, como cuando dos adultos tienen una conversación seria y honesta.
Pensé decirselo el día de su cumpleaños número tres, pero luego pensé que era mejor irle diciendo todos los días durante una semana antes del cumpleaños para que no sea tan cortante. Así pasó. Le dije durante siete días que lo íbamos a dejar, que lo habíamos disfrutado durante bastante tiempo ya, que yo estaba cansada, que él ya era grande, que ya podía comer otras cosas, que podíamos sentarnos a leer cuentos o a bailar después de bañarse y antes de dormir, todo era una preparación, una rutina organizada en donde iba a haber de todo menos teta.
Ese día en el cumpleaños todo el mundo gozaba y andaba por ahí ocupado, yo vi el momento y lo llevé aparte, le dije tranquila y decididamente: "hoy es la última vez", él también estaba relajado y dispuesto. Fuimos caminando de la mano, nos sentamos al pie de un árbol y tomó la teta. Fue la última vez. Se desprendió y se fue corriendo a jugar, yo me quedé ahí sentada. Y lloré. El aire olía distinto, empezábamos una nueva etapa.
En este camino mi esposo siempre me apoyó y jamás me juzgó, sólo a veces hizo la broma de que Timoteo iba a lactar hasta los 20.
Dani Game
Artista
Un mar de leche
A sus nueve meses Matías ha descubierto el mar. Parece estar conmovido por su inmensidad, mientras siente la arena entre sus dedos largos y regordetes que tratan de atrapar cada granito. Sus papás vivimos el momento como inolvidable, pero de pronto la escena de iniciación marina no es tan importante. Matías ha descubierto algo más: en la playa hay un montón de mujeres en bikini. Las mira anonadado. Nos preguntamos si a su corta edad ya muestra una preferencia sexual, pero antes de cualquier definición de nuestra parte, nos ponemos a observarlo con atención y su mirada lo dice todo, y lo que pasa es que en la playa hay un montón de tetas, harta leche a disposición.
Matías mira con atención a las posibles nodrizas, les sonríe, les levanta las cejas. Es un seductor nato en busca de alimento. Mientras más grande el empaque, más fija la mirada. No distingue tetas naturales de artificiales, morenas, blancas o pecosas, todas son sus favoritas. Todas son amor de mamá reproducido por el universo. La lactancia en Matías no es solo apego a su madre y nutrición, es un vínculo con el mundo, sobre todo con ese que aparece cuando calienta el sol, aquí en la playa.
Sara Varea
Pedagoga
Entre los miles de aprendizajes que vienen con la maternidad viene el aceptar la parte animal de una...cuidar, proteger y alimentar a tu cachorro es prioridad. La lactancia es uno de los actos animales más bellos que descubres. En mi caso fue durísimo, no como el lecho de rosas que prometian las enfermeras, dulas, revistas y el baby center pero a pesar de los problemas, de las agüitas de paraguay, eneldo y lechuga, de las avenas y coladas, de las mantas, los chalecos y el "no te estresarás que eso es peor"; a pesar de la mirada compasiva de una que otra fanática de la lactancia al saber que en nuestro caso no fue nunca "exclusivo" (saaa, mi bebé también toma biberón y qué?) soy profundamente feliz y agradecida con la vida de que, casi un año después, mi cholo y yo seguimos compartiendo éste vínculo de alimento y amor.
Soledad Varea
Antropóloga
Todas las caras de la lactancia
La lactancia era lo único que yo tenía para ofrecerle a mi primer hijo que nació cuando yo tenía 19 años. Era chira y casi colegiala. Dar el seno era la solución para la tristeza, la ira o la frustración, por eso le di la teta hasta los tres años y me escondía para hacerlo, era un acto animal e instintivo y con el Juli jugábamos mucho a que yo era la leona mamá y él un cachorro. Después de 11 años nació mi segundo hijo y entonces la lactancia era un acto más racional, tenía que hacerlo por todos los beneficios y los conceptos de vínculo, era una decisión y por lo tanto me causaba un poco más de ansiedad y preguntas:¿le estaré jodiendo la vida? ¿le daré de lactar más de un año? Pero a pesar del ruido pasaron dos años, y cuando el Caetano apredió a decir su nombre le quité la teta. Pero el salto del estado animal al de sujeta fue más difícil que la primera vez.
Cuando nació mi tercer hijo yo pensaba que sabía todo, que era una máster en maternidad y lactancia, tanto es así que veía a mis compañeras de clínica como unas pobres novatas que se hacían lío por nada, yo pensaba que seguro mi bebé cogería el seno apenas naciera y no se soltaría lo próximos dos o tres años… pero el Joaquín nació y no cogió el seno. Y el mundo se me vino abajo. Me compré una serie de implementos para poderle dar el seno, llamé a la doula, al pediatra y a todo aquel que sabía algo de tetas, vi miles de tutoriales, llamé a mis mejores amigas a llorar, pero el bebé miraba mis pezones y daba de alaridos…
Pasó un mes, en la consulta el pediatra me dijo que le estaba matando de hambre, que a él se le dificultaba coger el pezón y me enseñó a darle de lactar con el cuerpito al revés, porque no se estaba llenando con mi leche y le mandó a tomar fórmula, entonces el mundo se me vino más abajo porque yo di a luz en una tina con una ceremonia y con unos tambores, oraciones, lágrimas, luz tenue, y en el chat de mamás pro lactancia al que yo lógicamente pertenecía decían que darle fórmula era como darle jarabe y que mi hijo iba a tener muchos problemas psicológicos si le daba biberón y yo les creía como si tuviera 19 años o menos. Entonces, ahora me estaba escondiendo para darle el biberón de fórmula, estábamos los dos escondidos en la bodega… cuando el Joaquín terminó de tomar la primera teta de nutrilon sonrió por primera vez y yo sonreí con él, y en ese instante me importó un comino todo: las máquinas para ordeñarse, las gotas que dan leche, las yerbas, las brujerías, el chat de lactancia y el hecho de que ya no era una vaca de 20 años, porque los rayitos de luz bañaban la cara de mi bebé que sonreía y era la última vez que tendría en mis brazos a un cachorro. Entonces recordé las palabras de mi hermana psicóloga: es tan difícil ser mamá que lo importante es hacer lo que te funciona, no lo que te dicen que está bien. Desde ahí no ha parado de sonreír.
Glenda Rosero
Artista
Mal manejo materno
Cuando llegué al hospital, yo sabía que iba a parir, pero a mí nunca me dijeron que me iban a tomar la lección; peor aún que iba a reprobar. Examen sorpresa, faltaba más… Es que una ahí, cortada y cosida, lo que tiene a flor de piel es la gana de sobrellevar el asunto de la mejor manera: entra una y salen dos, así que relájate que lo que se viene es heavy. Durante las primeras horas de nacido intenté darle el seno a mi hijo, pero claro, ni idea de cómo se hacía. Sin embargo, según yo, mi actuación como madre exaltaba brillantez. Llegó el momento del cambio de turno de las enfermeras y el ritual comenzó: primero se pararon frente a la cama de mi compañera de habitación, quien estaba dando de lactar a su bebé. El veredicto fue “producto femenino de doce horas de nacida. Buen manejo materno”. ¡Lindazo! ¡Aprobada! ¡Cuadro de honor! -orgullo ajeno remojado en sana envidia-.
Entonces se acercaron a mi cama y, como si nada lo soltaron: “Producto masculino de veinte horas de nacido. Mal manejo materno”. Ah, caramba ¿Me podrían facilitar la rúbrica de calificación, por favor? ¿Licen, hay chance a supletorio? Salieron de la habitación sin emitir más palabras y ahí quedé yo, reprobada, con un circunferencial cero estampado en el inicio de mi carrera materna.
Sofía Silva
Artista
Un momento mágico
Después de un primer encuentro con la lactancia frío, en un cuarto con enfermeras y una máquina que me sacaba la leche y mee hace sentir como una vaca, al fin llegó el momento. Desde que empezó el embarazo lo que más quería era dar la teta, cuando pasó, después de esperar algunas semanas largas sin ella, mi corazón estaba lleno de leche. Saqué a mi bebé de la incubadora y la abracé. El mundo se detuvo el hospital. Sus ojos encontraron mis ojos y yo sentí que me encontré conmigo misma. Me perdí en ella, en su mirada. Sentía sus manos que se entrelazaban con las mías. Sonrió. Al fin estábamos solas, ella y yo.
Gabriela Jaramillo
Artista
Mi historia personal con la lactancia
Ya han pasado 2 años desde que paré con la lactancia, así que ya no tengo tan presentes las sensaciones. Me acuerdo que al principio fue doloroso, sobretodo de un lado que ya no me acuerdo cual era. Me acuerdo que cuando daba de lactar, no me importaba en lo más mínimo que cualquier persona me vea las tetas. El pudor se fue y dar la teta a mi bebé se convirtió en algo tan cotidiano que a veces estaba con la teta al aire y ni me daba cuenta. Di de lactar a demanda y pasaba casi todo el tiempo con mi hija, por lo que también me acuerdo que a veces me sentía limitada por los horarios de lactancia. Cuando mi hija tenía unos 9 o 10 meses no comía mucho pero tomaba mucha leche, entonces yo estaba muy flaca y cansada. Me sentía identificada con esas perras callejeras que andan con las tetas colgando en busca de cualquier alimento. Aprendí que es importantísimo no olvidar nutrirse a una misma cuando eres el principal sustento de alguien más.
Recuerdo sentirme más mamífera que nunca, y tener la certeza total de estar haciendo lo correcto y lo necesario. 'Mi leche es amor líquido' escribí una vez cuando estaba empezando con la lactancia, y es que así lo sentía. Recuerdo el cuerpo pequeño y cálido de mi hija, su carita, la paz cuando se quedaba dormida, cada gesto, su placer y tranquilidad total cuando estaba amamantando. La lactancia es mágica y lo soluciona todo: el hambre, el sueño, enfermedades, golpes, frustraciones; mientras das la teta, hasta el tiempo cambia. Y luego el tiempo pasa, y la teta se vuelve cada vez menos necesaria.
Cristina Donoso
Artista
Lactancia Materna: Amor, Fuerza, Alimento y Rebelión
En tiempos de consumismo, inmediatez y desapego, dar de lactar es un acto revolucionario.
Es renunciar al maniqueo publicitario que convierte al seno en una imagen erótica, carente de cualquier otro significado, pues a través de la lactancia los pechos recobran la función primigenia que la naturaleza les otorgó: alimentar a la cría.
Es irse contra un sistema que nos obliga, cada día más, a cubrir el seno lactante, porque al no ser productor de recursos monetarios, se convierte en un seno ofensivo, grotesco.
Es formar un grupo sólido entre madre e hij@, que a la vez nos permite juntarnos en varios pares para forma una “tribu materna”, ese grupo natural que ahora es tan peligroso para lo establecido, porque nos ayuda a las mujeres a recobrar la confianza en nuestras capacidades y mediante la observación del ejemplo de otras, nos convencemos de que también podemos alimentar en todo sentido a nuestr@s hij@s.
Es permitirnos descubrir la fuerza de la madre y la criatura: a través de la vigorosa succión del bebé, se despierte cada nervio, cada músculo, cada sentimiento que está involucrado en este maravilloso proceso. El cuerpo sabe que está reviviendo: una energía cíclica que comienza en los senos, recorre las costillas, ingresa por la columna, pasa por el corazón y regresa materializada en forma de leche, permite que la madre se sienta poderosa.
Si tuviera que asignarle un himno a esta revolución, sin dudarlo sería una canción de Piñon Fijo*, que en medio de una dulce melodía, nos descubre que “leche de madre, niño que late junto a tu corazón… la leche es vida para los dos”.
*Alusión a la canción “Leche de Madre” del actor, músico y cantautor argentino Fabián Alberto Gómez, en su personaje de Piñón Fijo.
María José Zapata
Cienasta
Hermana, tómate tu leche
Chorros, aluviones y torpedos de leche. El proyectil de leche alcanzaba un rango de casi dos metros (si lo medí). Mojé el techo, empapé el piso, hasta un par de visitas salieron bautizadas.
A la primera semana de parir a mi hijo ya había llenado todos los contenedores de leche que tenía, los congelé, pero brotaba como una fuente. Tanta leche y sin poder donarla.
Una cosa estaba clara, no iba a tirar por el caño ni media onza. Al principio se me ocurrió como una broma para mi esposo, ponerle mi leche en su café, le encantó. Luego en internet, descubrí un libro de recetas para leche materna. ¿Por qué no se me ocurrió antes? Comencé a poner mi leche en todo: sopas, batidos, pasteles. Era deliciosa, más cremosa, más dulce y sin ningún aditivo.
Mi cuerpo lactante producía este súper alimento del que yo misma podía nutrirme, era alucinante. Consumir mi propia leche ha sido el acto de amor propio más significativo que me he permitido. La sociedad a la que hemos traído nuestras crías está enferma y las mujeres encabezamos la resistencia. Hermana, tómate tu leche o por lo menos ponle al café de las visitas.
PD: El que vino alguna vez a mi casa tenga la certeza absoluta de que se alimentó con mi leche, en alguna de sus varias preparaciones, si esto le da asco, debería replantearse el consumo de leche de otra especie, de vacas oprimidas, por ejemplo.
Ana Cristina Franco Varea
Escritora
Historias de la teta sin rostro
UNO: LA HISTORIA ANIMAL
Últimamente me he preguntando mucho sobre la “dignidad humana”. ¿Qué es la dignidad? ¿Qué nos hace “dignos”? Después de pensarlo por un rato llegué a la conclusión de que la dignidad tiene que ver con ese afán ¿humano? ¿occidental? por dominar el lado animal. Quien pierde el control de sus esfínteres o de sus emociones, no es digno. No es digno el que llora por amor ni el que se orina en los pantalones. No es digno el que no puede controlar, desde el cerebro, al cuerpo ni al corazón. Dignidad humana, ¿eso que nos diferencia de las otras especies?. La sociedad se empeña en enseñarnos a trascender el cuerpo, a vencer la Naturaleza. Pero la maternidad, empezando por el parto, enfrenta a todo lo contrario. Aunque el Lucas nació por cesárea, tuve la suerte de poder vivir la labor de parto. Y de encontrarme con mi lado animal. Recuerdo que esas fueron las palabras que usamos con mi prima para referirnos a nuestros partos.
“Te sientes como un animal, ¿Dónde queda la dignidad humana?” decíamos, por joder. Es que en el parto la animalidad, al menos a mi, me superó. Me sentía expuesta. Como si toda esa construcción que me habían enseñado desde pequeña, quizá eso que llamaba cultura o esa coraza que me había esforzado en construir y llamaba “yo”, ese rostro, se hubiera roto en pedacitos. Cuando me entregaron a mi bebé esto no terminó. Seguía expuesta: acostada en una camilla, con una herida que no me permitía valerme por mi misma, con una enorme panza chorreada, con una bata de abuela, con un calzón de abuela, y lo peor: el bebé no era el único que llevaba pañal… Ya nada. No quedaba más que perder. Para colmo, en medio de este cuadro, los invitados entraban y salían sin parar. Tiene hambre, me decían, casi dándome una orden, y nadie apartaba la vista de nosotros, como si fuera lo más normal del mundo que una tenga que sacar la teta ahí, con todos adelante. Y obvio, yo lo hacía, si el bebé tenía hambre había que darle de comer. Y eso implicaba sacar la teta al frente de suegros, tías, vecinos, doctores.
Antes de que el Lucas nazca yo pensaba que me iba a morir de la vergüenza al darle de lactar en público, pero después de que grité del dolor por la fuerza de las contracciones, después de que me partieron por la mitad, ya no me pareció relevante. Lo único que me importaba era alimentar a mi hijo. Sin embargo, mentiría si digo que no sentí algo de pudor. La sensación era la de esos sueños en los que una está llucha en la calle y al principio piensa “ Todo bien, frescazo” pero en el fondo hay una sensación rara, como una verguencilla escondida que hace cosquillas en la espina dorsal. Una cosa era clara: la dimensión erótica de mis tetas era una historia pasada. Desde que nació el Lucas, sentía y siento, que mis tetas son públicas. Mi cuerpo es público. La intimidad es pública, sí. Mi teta perdió su dimensión erótica y se volvió utilitaria. Una cosa, cualquier cosa. Obviamente, para mi bebé no es “cualquier cosa”. De hecho, es TODO. Tal vez, la “cosa” sea yo. Es decir, yo he dejado de ser eso que solía llamar “yo” y me he convertido en una gran teta (gran en el sentido figurado porque después de más de un año de amamantar la teta rozagante se parece más bien a una teta debilucha, la teta asustada). Una teta sin rostro. Una teta que es vista por quien quiera y donde quiera y se ha vuelto parte de la cotidianidad.
Imaginen a un hombre mostrando su pene o su trasero en un entorno cotidiano. Parecería imposible. Pero yo sí me acuerdo de la gente opinando sobre mis pezones o incluso tocándome la teta directamente para comprobar si había leche o no. Es que es normal porque ya no te pertenece. Es una parte de tu cuerpo que ya no es tuya.
El otro día estaba en la calle con el Lucas, una mujer indígena se me acercó, y con la mayor naturalidad posible, me preguntó si podía darle un poco de mi leche materna para curarse una herida en el ojo. Nuestros hijos jugaban en la vereda mientras ella sostenía su párpado con la mano y yo intentaba aputar mi pezón hacia su ojo en blanco que parecía el de un zombie. Nunca le achunté y ya me dio vergueza porque la gente pasaba y nos veía raro. Supongo que no es “normal” ver a una mujer aplastándose la teta sobre el ojo de otra en plena vía. Y por más que mi yo progre me decía “es natural” “ es un derecho” mi lado alienado me decía que estaba haciendo la foca. Supongo que esta escena que en un entorno rural hubiera sido de lo más natural en la ciudad se volvió de lo más freak. Ahí estaba el conflicto en carne propia: La indígena y la mestiza, el campo y la ciudad, la cultura y la Naturaleza. Ese es el problema, la manía de dividirlo, decir “la parte animal” “la parte cerebral” ¿Por qué no concebirnos como un todo? Sí, hechos de partes, pero partes que se entrelazan, que no pueden vivir la una sin la otra. “Individuo-cuerpo”. Me queda una sola pregunta: ¿Acaso el individuo no es, ante todo, su cuerpo?
Hace unos meses tuve que ir a Cuenca, sola. Cuando el bus llegó en la mañana, después de viajar 10 horas (la pimera vez tanto tiempo separada de mi hijo), noté fue un dolor intenso en las tetas. Lo primero que hice fue buscar un baño. Pagué 10 centavos y entré. Me saqué el sostén, y con dolor, empecé a aplastarme la piel, que estaba llena de bolas. La leche, tibia, caía en la taza de un sucio inodoro. Era absurdo. Pensé que esa leche, derramada injustamente en un triste baño público, era la prueba de que el Lucas y yo no estábamos listos para estar separados. Era la prueba de que este sistema había fracasado. Era la prueba de que estas construcciones-de baños públicos, de profesiones y de posturas – sólo nos hacen daño. Estos intentos de anular la animalidad sin ridículos, tristes. Él y yo todavía éramos algo así como un solo cuerpo. Desperdiciar leche materna es de las cosas más desgraciadas que he hecho en la vida. Me puse a llorar. Además, también estaba menstruando. Entonces me di cuenta de que, de alguna manera, estaba escondida. Estaba escondida en un baño público donde se mezclaban lágrimas, leche y sangre. Recuerdo que pensaba cuántos fluidos, que la sociedad prefiere ocultos, invisibles, salían de mi ese mismo instante. Todos ellos prohibidos: la sangre menstrual es representada con color azul, varias mujeres secan su leche para dar fórmula, y está mal visto llorar en público. Cuántos fluidos emana mi cuerpo. Todos vinculados a la vida y a la muerte.
DOS: LA HISTORIA REVOLUCIONARIA
A mi, la verdad, nadie me ha visto mal por amamantar en público, y menos aún, me han pedido que abandone un lugar por hacerlo. Confieso que en ocasiones hasta me han dado ganas de que lo hicieran, sólo para tener el gusto de mandarles al carajo. Y luego regresar allí con mi tribu (si es que hubiera) a lactar en grupo. Lindo hubiera sido. Pero no, no me pasó. Pero que a mi no me haya pasado no quiere decir que no pase. Esas cosas pasan. Esa gente existe. La lactancia materna, en el siglo XXI, sigue siendo un tabú. ¿Por qué?
No sé si fueron algunas lactivistas o si fue Ester Massó Guijarro la primera en usar el término“Teta Anticapitalista”. Pero amo el concepto porque dar la teta es anti-capitalista por donde se mire. Dar la teta implica habitar otro espacio tiempo. Un espacio tiempo en el que la madre no “trabaja” en lo que el sistema capitalista considera trabajo, pero a la vez, alimenta a su cria sin necesidad de un tercero. Ese espacio tiempo de la lactancia es más lento, es circular, es inmanente.
Por otro lado, una teta que no puede entrar en el mercado de consumo, es, automáticamente censurada. Una teta que no está vinculada al deseo masculino (al que siempre la ha relacionado la publicidad) debe ser anulada. Al ser succionada por el bebé, la teta ya no le pertenece al amante, sino al bebé. Se sabe que la energía libidinal se disminuye en el puerperio, y la razón es que esa energía ya se agota, de cierta forma con la lactancia. La maternidad y el parto son dimensiones sexuales. A algunas mujeres les pasa que sienten que sus tetas ya no son sexys (tal vez porque las miran en función al bebé), y en cambio otras, reconocen un grado de excitación sexual al amamantar. La verdad, yo no lo sentí puramente sexual. O tal vez cuando hablamos de sexualidad deberíamos hablar de algo más amplio, quizá de un mundo sensorial. Porque lo que sí sentí (y siento) apenas el Lucas agarra el pezón, es una ola de elecricidad, un pequeño escalofrío que me quita el hambre y me da sed, y en especial, como ganas de whisky, no pregunten por qué…
Al estar descubierta todo el tiempo, la teta pierde su dimensión de misterio/seducción y pasa a ser puramente utilitaria. Esto me hace pensar inevitablemente en la relación entre el deseo y la cultura… ¿Tiene que ver el deseo con el juego entre lo que se muestra y lo que oculta?, ¿Es posible el deseo en un entorno en el que la desnudez sea completamente normal? ¿Ese deseo que necesita del juego mostrar/ocultar es puramente masculino o patriarcal o es innato al ser humano? ¿Para desear es necesario un tabú? ¿Qué tan cultural es el deseo? Y así miles de preguntas pseudo filosóficas que ya dejaré para otro artículo.
“Dar la teta es gratis, y por tanto un pecado capitalista”, dice Ester Massó Guijarro. Amamantar es saltarse todos los pasos que necesita el capitalismo para existir e ir directamente al grano: alimentar. Es producir dinero invisible. Es una paradoja porque por un lado, a los ojos del sistema exitista “pierdes el tiempo” porque no trabajas, pero por otro, estás llegando directamente al punto sin pasar por go… Por eso la teta es un arma.
De todas formas creo que acá es común (gracias a Dios) ver a mujeres dando la teta en los buses, en restaurantes, en la calle. Pero hay que reconocer que es más frecuente en sitios más populares y entre clases medias y bajas. Es muy común ver a las señoras del mercado amamantar a sus pequeños en la calle. La mayoría de lugares que han puesto objeción a la lactancia materna han salido con excusas tales como “Disculpe, señora, este es un lugar formal”. Un lugar “formal”. Eso lo dice todo. Supongo que “esas cosas” están bien para “los otros”, “la gente del campo”, “la gente que no tiene dinero”, pero para la gente que se viste de seda, que juega a ser superior que el resto de las especies, no aplica. El aniñamiento, la formalidad, la “clase”, no permiten un acto primario que recuerda nuestra condición animal, y por ende, nuestra mortalidad.
TRES: LA HISTORIA ROMÁNTICA
El Lucas y yo tuvimos suerte: a mi no se me agrietaron los pezones, no sangré y no me dolió… ni un poco. Exceptuando dos episodios de mastitis (muy relacionada a lo emocional) la lactancia fluyó bien. Después de la operación, me alzaron el brazo, me acomodaron como si fuera una muñeca de trapo y ubicaron a mi hijo en mi cuerpo para que le diera la teta; él, que acababa de venir a este mundo y todavía estaba en shock, abrió su boquita, y con toda la naturalidad del mundo, empezó a succionar. Así, como si lo hubiera hecho toda la vida. Él, que no sabía nada, sabía lactar; yo, que no sabía nada, que no sabía ser mamá, podía ofrecerle mi pecho y alimentarle, así estuviera dopada de la cintura para abajo y casi no pudiera moverme. Para nosotros, dos animales temblorosos, había una cosa segura: la teta. Me impresionó cómo una criatura que acaba de venir a este mundo ya nacía sabiendo eso. Era la prueba de que estábamos hechos el uno para el otro. Entonces, a pesar de mis miedos, de mis inseguridades, de los nervios permanentes y el permanente ataque de pánico que es el puerperio (o almenos el mío) teníamos esa certeza. Me dijeron que le diera fórmula, dije que no. En eso me mantuve firme. Y luego la sensación se prolongó. Temblaba cambiando pañales, ni siquiera podía bañarle (le bañaba el Mario o mi mamá) cada cosa era un aprendizaje vertiginoso, pero la hora de la teta era el único momento en el día en el que me sentía completa.
Ha pasado un año y tres meses. La sensación es la misma. El Lucas ya camina y empieza a hablar. Y yo no sé (nunca sé) si estoy haciendo las cosas bien. Mucha gente me dice que mi hijo está flaco y que de gana no le di fórmula; otros me dicen que no le dé de lactar “por gusto”, que no me use de chupete, etc. No sé si estoy haciendo las cosas bien. Nunca sé. Nunca sé si debí vacunarle o no, si debí darle un helado o no, si debí quitarle la sal o no. Pero ya lo hice, y me toca seguir con los ojos cerrados. Y así es un poco como voy sintiendo la maternidad: como un camino incierto que toca seguir, de la mano de mi guagua, con los ojos cerrados. Entonces cuando llega la noche, así él esté llorando o mal genio, apenas ve mi teta sonríe, dice “teta” y viene corriendo hacia mi. Iluminado. Desbordando chispas por toda la casa. Y yo, así haya tenido un día de mierda, al verlo venir sólo quiero abrazarle y dejar de lado todo, el miedo, los problemas, los comentarios cojudos de la gente, los rostros. Quiero meterme con él en la cama, en nuestro nido, donde él se convierte otra vez en un cachorro y yo una teta sin rosotro ¿quién quiere ser un rostro cuando puede ser una teta?.
Margarita Borja
Escritora
Siempre miré con fascinación a las mujeres de mi familia amamantando a sus bebés. A los niños se nos permitía después sacarles los gases, recuerdo que ahora me parece un ritual de iniciación a los secretos de la maternidad y de la vida. Cuando mis propios senos empezaron a crecer, los observaba con ilusión, añorando ser como esas mujeres que me rodeaban. Hasta que llegó ese momento nefasto en la vida de toda chica cuando alguna gente te empieza a decir (y en la malicia de su voz reconoces que no es un halago) que te estás poniendo “gordita”, ese momento fatal en que las fotos de mujeres que en nada se parecen a esas diosas de tu infancia con senos rebosantes de leche se imponen como una sequía que arrasa con la voluptuosidad de una selva. Reseca, así deberías ser. Entonces dejas de verte al espejo con ilusión. Le haces mil reproches a tu cuerpo. Crónicamente insatisfecha, insegura, siempre hay algo que está mal y que deberías corregir.
Te has convertido en una profesora amargada reprobando a tu alumna más brillante, solo porque te has dejado convencer de que son correctas las respuestas equivocadas.
Reviví, retorné a la fascinación, volví a mirar mi cuerpo con amor y gratitud el día en que me convertí en madre. Un cuerpo maravilloso y fiel, un cuerpo con el poder de sentir y dar placer, capaz de ser nido de otro ser, de parirlo sin ayuda de nada más que su fortaleza y sabiduría ancestral, un cuerpo capaz de alimentar a un ser cuando lo acuna en sus entrañas y continuar nutriéndolo una vez que lo ha sacado a la luz.
Madre, volví a ser esa niña soñadora que observa a un bebé succionando como si en lugar de boca tuviera una trompetita, agarrado al pecho como un cachorro indefenso, como un duende goloso, chupando y chupando ese seno mágico del que surgen ríos de leche capaces de llenar cualquier vacío, de calmar la sed, el cansancio, el dolor. Pero ahora era yo la protagonista de ese cuento de hadas, ahora me tocaba a mí ser esa diosa todopoderosa dadora de vida, placer y alimento.
Vanessa Bonilla Obando
Investigadora/gestora cultural
Sobre la lactancia, podría contar 2 años y 5 meses de anécdotas, el tiempo que mi hija decidió era el adecuado para pasar a la siguiente fase de su vida. Cuando empecé a dar de lactar mi mamá me dijo, cada vez que toma la teta, dale la mano, mírale a los ojos, es el momento más íntimo entre tú hija y tú. Yo lo intentaba el 70% de las veces, el otro 30% decía: quiero dormir, cuándo voy a dejar de darle el seno? Me duele la espalda, me duelen las tetas, estoy cansada. Hoy mi hija tiene 13 años y sí, extraño esos instantes entre ella y yo, también sé de lo cansado de maternar en este mundo dónde somos madres, trabajadoras, estudiantes, jefas de hogar, madres de varios wawas, nos encargamos de las labores de la casa y más. Pero aunque suene a discurso re elaborado: La lactancia es alimento para el cuerpo y el espíritu, es nuestro momento, es ser una en el amor con nuestros hijes.
María José Cantuña
Cantante y docente
Veintitrés horas con cuarenta y seis minutos. Ese tiempo, de corrido, durmió Sati después de haber nacido. Le miraba, le movía, le hablaba y nada. Creo que ese momento fue en el que empecé a despojarme de las culpas heredadas. No había enfermeras, ni hospital, ni nadie más que mamá, papá, hija y esa “precariedad” de lo órganico: parir en casa.
Tenía los senos vacíos, pequeños como siempre. En el fondo, no quería que ella despertara porque me aterraba pensar que no tenía nada en mi pecho para ofrecerle. Cuando finalmente despertó, agarró la teta. Sólo unas cuantas gotas de calostro, sin embargo, mi bebé satisfecha se volvió a dormir profundamente otras diez horas seguidas. Sin hambre. Con los ojos derretidos, en ese momento caí en cuenta de que así es, de que mi teta siempre podrá darle todo el alimento, el cariño, el apego y la protección que ella necesita.
Recién a los tres días de parir se me llenaron completamente de leche los senos. A los tres meses, a pesar de tener ríos en el pecho, una pediatra, más corriente que común, sentenció que debía empezar a darle fórmula porque no podría alimentar a una bebé tan grande y con ese apetito. A a los tres años, sorteando prejuicios y juicios, pactamos entre las dos, mamá e hija, terminar un ciclo que nos había llenado de salud y de amor en cada toma desde mi pecho hasta su boquita. No hubo llanto, hubo más amor. , de corrido, Sí pudimos.
Julia Serrano
Pedagoga
Un domingo a medio dia llego Joaquin Yo no estaba lista todavia, faltaban algunas semanas... Habia soñado como pintaria su cuarto, como arreglaria todo, incluso el orden de su pequeña ropita en los cajones rondaba por mi cabeza, los colores, la luz... Queria que esta vez todo fuera perfecto, pero no fue asi. En un istante estaba en mi casa, y al otro yendo a la clinica, sin poder asimilarlo estaba ya subiendo a quirofano, y en media hora nacia mi hijo, todo a una velocidad que no me permitia pensar, solo me repetia: no es hora, no estoy lista todavia, pero Joaquin si. Decidio llegar un domingo a medio dia. Cuando lo escuche llorar todos mis miedos quedaron atras, era fuerte y determinado, supe enseguida que todo estaria bien, El se quedaria conmigo. Tuvieron que pasar cinco horas antes que lo traigan a mi cuarto.
Solo quien espera a un hijo sabe cuanto pueden durar cinco horas, en ese tiempo recorde todos los momentos que me habian traido hasta ahi y di gracias por todos ellos. Mientras esperaba recorde tambien, una conversacion que habia mantenido con mi papa y mi hermana Sofia, algun dia mientras tomabamos un cafe y disfrutabamos de un pie de limon. Ellos, (los dos profesores Waldorf) me hablaban de la lactacia desde la antroposofia, decian, que era una experiencia cosmica, y describian su importancia con tal belleza que me senti muy conmovida y afortunada, y guarde esta imagen, anhelando a que llegue el momento de poder vivirla.
Pero nada fue como lo habia imaginado, intentar darle el pecho a Joaquin fue como una lucha cuerpo a cuerpo, termine cansada, sudando y aterrada, no podia dar de lactar a mi hijo!. Los dias que siguieron fueron cada vez peores, Joaquin lloraba, yo lloraba, mis pezones cada vez se lastimaban mas, me sentia perdida, no sabia que hacer. Todo el mundo comenzo a aconsejarme, mi Mama, mis amigas, las acesoras de lactancia, todas trataban de ayudar, pero nada funcionaba. Se convirtio en un suplicio la lactancia, sentia terror cada vez que Joaquin despertaba, pero tambien sentia terror si no despertaba. Me sentia culpable, me sentia triste y me sentia cansada. Es tan duro el peso de ser madre, afloran sentimientos y sensaciones que nunca imaginaste. Parece que el mundo entero este ahi, listopara opinar, listo para juzgar, listo para criticar. Parece que todo esta mal, como si uno caminara sobre el filo de una navaja, ¡cuidado si no das de lactar! ¡cuidado si le acostumbras al brazo!,¡ cuidado si no generas apego!, ¡cuidado si das formula!. Para mi se volvio algo caotico, y me sentia como en un callejon sin salida, pensaba en todas las propagandas que promueven la lactancia exclusiva, al menos los seis primeros meses. ¡SEIS MESES!, eso son 180 dias, por 7 tomas cada dia, 1260 tomas... Se veia imposible. Me sentaba y lloraba, probe de todo, lanolina, aceite de coco, de ajonjoli, de oliva, manteca de cacao, calendula, que me de el sol, y mi desesperacion llego a tal punto, que trate incluso con una crema que me dio una amiga para ubres de vaca, nada funcino. Dar de lactar para mi no fue algo bello como decian algunas amigas, y no fue algo natural como decia la gente de la Liga de la Leche, mucho menos una experiencia cosmica como decia mi Papa y mi hermana. Una madrugada, despues de dar de lactar todo el dia, a un niño que no dejaba de llorar porque no podia agarrar bien el pezon, (todo el mundo me decia que todo lo que se necesitaba era que agarre bien el pezon, pero nadie me decia como enseñarle a un bebe de dos semanas como hacerlo) le llame a mi hermana y le deje un mensaje: No deberia nunca nadie decirle a una mama que dar de lactar sera hermoso, o que se dara naturalmente y mucho menos que sera una EXPERIENCIA COSMICA, porque no lo es, almenos no siempre, puede ser algo terriblemente dificil, puede hacerte desear salir corriendo, o esconderte, huir. Han pasado cuatro meses. Y Joaquin sigue lactando a libre demanda. Cuando pienso en ese mensaje, no me arrepiento de haberlo dicho, aun lo creo y siento mucho si hiero la sensibilidad de alguien, se que no es igual para todas las mujeres, y me alegro por aquellas que han podido experimentar la lactancia como algo maravilloso. Para mi no fue asi, y hoy en dia todavia no es asi, todavia duele, no tanto pero duele. Pero cuando veo a mi hijo sonreir, cuando voy donde el pediatra y me dice que ha subido mil gramos, cuando despues de yo haber tenido 3 gripes el sigue sano y sin enfermarse, cuando veo sus piernitas llenarse con unos rollitos deliciosos, siento que todo vale la pena.
Descubri que la lactancia es diferente para cada madre y cada hijo, es una relacion que se va construyendo, puede variar y varia, de una historia a otra, e incluso, en la misma historia, puede tener un sin numero de matices. Es un caminar que se hace poco a poco, con las victorias y los fracasos, en conocerse y reconocerse constante. Creo que la lactancia, puede ser una decision, dura muchas de las veces, pero llena de ese amor loco que nos vienen a enseñar los hijos, creo que en mi caso es algo totalmente racional, una eleccion conciente que va en contra de lo que pide mi cuerpo, y el poder tomar esa decision cada dia, con profunda alegria, es una experiencia cosmica. Creo que la experiencia cosmica es el deseo incontrolable de cuidar de nuestros hijos, la necesidad absoluta de protegerlos y las millones de caminos que cada mujer encuentra para hacerlo. Creo que cada uno de los pasos que damos cada dia, son guiados por fuerzas ajenas a nosotras. Y no se me ocurre una mejor imagen para explicar el misterio de levantarme cada dia, por mas duro que haya sido el anterior, con el alma renovada, y sentir cuando me sonrie, que toda la luz del universo ilumina y da fuerza a cada uno de mis pasos. Ser madre es una experiencia cosmica.
Daniela Ruesgas
Antropóloga
Cuando empezó mi historia de lactancia no sabia mucho, es más, casi nada. Tenía en mente esas imagenes de la madre hermosa con el bebé comodamente acurrucado en sus brazos y casi una luz celestial iluminándolos. Pero por suerte, aunque esta imagen me vino después, tenía la imagen de la cholas paceñas con sus bebés a la espalda que en cualquier momento y con una técnica perfecta pasaban los bebés a sus pechos para darles de mamar; así en cualquier momento y lugar como debe ser.
Y es que nuestra sociedad adultocéntrica y patriarcal se ha alejado tanto de la maternidad, la lactancia, la crianza, de la infancia y en sí de lo valioso de la vida, que las prioridades estan de cabeza siempre en lo material antes que la vida, que el tiempo para entender que las cosas escenciales necesitan paciencia. Asi como la lactancia necesita paciencia y amor para lograr que esta relación escencial se establezca.
Paciencia y tiempo para dejar que tu bebé sea quien dirija el ritmo de alimentarse y de estar acurrucado contigo, que es lo mas valioso que madre y bebé necesitan en esos primeros meses de vida. Paradójicamente, las recomendaciones de profesionales de la salud, familiares, amigos y opinólogos te llenan de dudas.
Te dicen que debes seguir un horario para darle tu pecho, que tienes que complementar con una imitación de leche materna, que no debes cargarle mucho, que no se duerma contigo, y muchas otras, que a veces te quitan la confianza de saber que lo que haces, alimentar a tu bebé y darle todo tu amor, está bien. Y es en estos momentos cuando uno necesita el apoyo incondicional de quienes esten cerca a ti. Asi sin dudas, sin por si acaso un biberón, sin por si acaso un tarro de leche, por que a veces, en esos momentos sensibles, eso te puede hacer dudar de que eres capaz de alimentar a tu bebé, de seguir tu instinto, de saber que por miles y miles de años lo hemos hecho y seguimos aqui con todo nuestro cuerpo y nuestro ser listos para hacerlo. Así esta imagen de las cholas paceñas con sus bebés cargados y mamando cuando ellos lo necesitaban sin importar el lugar o el momento o el protocolo social, me dio fuerza.
Y si cada vez somos más mujeres que damos de lactar a nuestros bebés cuando ellos quieren y sin ocultarnos, sin vergüenza y con descaro, vamos a regalarles a las futuras mamás esa imagen, que en su momento les puede ayudar a confiar en su capacidad de a limentar a sus bebés en su ser madres fuertes y empoderadas. A ser libres y disfrutar de este maravilloso momento de la vida que se nutre con la lactancia.