Los regalos que quiero por el Día de la Madre
Por: Margarita Borja
Querida hija primera a la que parí hace diez años e hija segunda que acurrucada en mi vientre se entretiene boxeando con mi vejiga, queridos ex marido (padre de la primera) y marido nuevo (padre de la segunda), en este Día de la Madre quiero que me regalen un set de cosmética que me deje la piel como la de esas modelos de las revistas, un ramo de rosas cuyos pétalos representen mi fragilidad y belleza, y una pulsera de diamantes ante la cual otras mujeres se pongan verdes de envidia.
Pero si de verdad me aman, no me regalen nada de eso: regálenme mejor el don de verme al espejo con humor y ternura, que no me salten a la vista primero mis arrugas y manchas sino el brillo obstinado de mis sueños en los ojos. Aprendamos todos juntos a mirarnos al espejo y sonreír luciendo nuestras patas de gallo, a acariciarnos las ojeras y reconocer en las marcas de los años la lucha y el gozo. Regálenme un árbol que crezca fuerte y me sobreviva, un árbol al que abrazarme al parir, bajo el cual recostarme a leer o sentarnos todos a comer cerezas. Regálenme una pulsera hecha con sus propias manos, tejida con esos hilos invisibles que nos unen.
Hijas, cuando tenga cincuenta años quiero que todavía se metan en mi cama a ponerme sus pies fríos y pegajosos en los muslos para calentárselos en medio de la noche, quiero que aún se acurruquen contra mi vientre que un día les nutrió mientras alimentaba mi alma de un amor que jamás creí posible; quiero que cuando vean mis pechos caídos, sus propios senos que empiezan poco a poco a envejecer, sepan amar esos cuerpos capaces de dar alimento, cuerpos poderosos y hermosos.
Por el Día de la Madre quiero un homenaje a la maternidad sin filtros de Instagram. No quiero madres edulcoradas que sonrían sin una sola arruga, tigresas del business, mamás yoga, mamás crianza con apego, mamás estimulación temprana, mamás montessori, mamás masaje con aceites, mamás pañales de tela, mamás antidisciplinarias, mamás quality time, mamás bonding, mamás live for you, mamás perfectas. No quiero madres ideales que no existen, mamás eslogan diseñadas para hacer sentir insuficientes a todas las madres. No quiero predicadores que te juzguen desde un púlpito, que te miren mal por la cesárea o las vacunas o, lo contrario, porque siembras tus propias zanahorias y fabricas en casa el shampoo de tus hijos. Por el Día de la Madre quiero reconocerme en mí misma, en mis límites y en mi lucha, en mis errores y aciertos; quiero más oportunidades, más puertas, más ventanas; quiero que no me impongan qué es ser madre, que me permitan descubrirme, inventarme y reinventarme.
En el Día de la Madre quiero recordar esos momentos climáticos cuando me empecé a descubrir como madre, el día en que se me cruzó por la mente la idea aterradora de tirar a la bebé que no paraba de llorar por el balcón (la vergüenza, la culpa), recordar ese día macabro hace nueve años cuando por estar en el cuarto de al lado dándome besos prohibidos mi bebé casi se asfixia con una moneda que había caído del libro de I Ching de un padre al que por supuesto nadie hubiera culpado por la muerte de la criatura: el terror, la vergüenza, la culpa y la pesadilla ya imborrables que siguieron a esos segundos en que la salvé con las justas, cuando ya estaba poniéndose azul… Porque también esos momentos de terror, error y angustia que conviven con los instantes de luz van construyendo la maternidad. En el Día de la Madre quiero evocar ese amor que te revienta el pecho y del que nunca te creíste capaz, esa paz inmaculada en el silencio de dos seres tendidos en la cama en una mañana de sol, dos seres unidos por siempre por un cordón umbilical invisible: madre e hija.
Por el Día de la Madre quiero una de esas figurillas de la civilización cicládica que celebran la maravilla más grande que conoce el ser humano: la fertilidad, la creación de la vida. Quiero una Venus de Valdivia para recobrar el asombro del ser humano precientífico ante el vientre de una mujer que se hincha durante diez meses lunares para luego abrirse en el grito de una nueva vida. Quiero un cuadro de la Virgen dando el pecho, con esa sensualidad deliciosa que algunos pintores lograron colar de contrabando en el puritanismo surgido de una religión monoteísta con un solo Dios masculino.
Por el Día de la Madre quiero recordar esos momentos en que de una patada se derrumbaron mis prejuicios, se revelaron las luces y sombras no solo de mi propia feminidad, de mi propia maternidad, sino de la feminidad y la maternidad de mi madre, de mi abuela, de todas las mujeres de las que desciendo. Esos instantes aterradores en que te descubres repitiendo los mismos gestos, las mismas palabras de tu madre, y te ves obligada a revisar tu relación con ella, la severidad de tus juicios; a revisar, en fin, la historia que hasta entonces te estuviste contando sobre tu propia vida. Entonces te detienes y decides cortar ahí mismo los hilos de aquello que te hirió, dejar de repetir los hábitos del dolor, la angustia de todas tus madres. O percibes la calidez de un ritual y decides continuarlo conscientemente, perpetuar así los lazos que se han tejido de generación en generación: seguir cantando la misma canción, acariciando con ese mismo gesto de la mano, preparando esa misma sopa. Te sumas entonces a las tejedoras y continúas tejiendo ese tejido que nos protege, que comunica los secretos que las mujeres nos hemos ido contando unas a otras de generación en generación. Por el Día de la Madre quiero un tapiz hecho de todas mis abuelas, bisabuelas, tatarabuelas, un tapiz para mis hijas, manchado de lágrimas y de sangre para lavarlo, para vestirlo y salir a bailar por el bosque, a gozar de mi cuerpo, a gozar por todas las que han sido y las que vendrán.
Por el Día de la Madre quiero seguir sintiendo mi cuerpo como una fuente de placer, que esa misma abertura por donde sale la hija continúe siendo un río de gozo, que se llene de nuevas aguas torrentosas; que los mismos senos que alimentan no dejen de ser para mí, y para el ser a quien yo diga sí, marea deliciosa al atardecer. Quiero ser sexual, sensual, maternal, habitada y deshabitada. Madre en comunidad y madre en el silencio de mi soledad más íntima, porque ser madre es la forma más solitaria de andar acompañada por la vida, y es la compañía más intensa al andar sola por esta vida.