La alegría de debutar como mamá y, a la vez, publicar en la revista de mis sueños
Por: Sabrina Duque
Entre el verano y el invierno de 2012 viví la más deliciosa contradicción de mi vida. Durante esos meses mi barriga creció y Bruno nació. También durante esos meses, publiqué un perfil sobre Cristiano Ronaldo y un ensayo sobre la vejez de las mujeres de Rio de Janeiro en la mítica Etiqueta Negra.
En aquella época lo sentí como una contradicción. Me convertía en mamá y, a la vez, empezaba a escribir como había soñado. No sólo eso: publicaba en la revista que había seguido con devoción durante años. No sé cómo mi corazón no estalló de tanta emoción. En esos días aún resonaban en mi cabeza las profecías que escuché desde que me convertí en periodista. Las ‘buenas’ no tenían hijos. Si los tenían -y querían seguir siendo buenas- los veían poco. Había que negarse a la maternidad para escribir bien.
Que quede claro: no se hablaba de la decisión de no tener hijos como una opción, no. Era un sacrificio en aras del oficio.
Una vez, un editor me dijo que no valía la pena invertir en una periodista con planes de boda “porque luego se embarazan y se largan”. Y que las madres no se concentran en el trabajo. No tienen tiempo para la reportería. Son muy blandas. No sirven para el oficio. O no sirven para ser madres. Bla-bla-bla. Escuché tonterías así por casi quince años.
Lo cierto es que hasta que anduve con una barriga enorme no había pensado en la maternidad de las escritoras. ¿Para qué? ¿Ustedes han pensado en la paternidad de Saramago o de Ishiguro? ¿Verdad que no?
Pero con el embarazo comencé a pensarlo, como para darme ánimos. Busqué en mi lista de mujeres admiradas y descubrí que Alice Munro tenía hijas. También celebré su Nobel de Literatura una semana después del primer cumpleaños de Bruno. Me di cuenta de que mi admirada Josefina Licitra, una cronista argentina que sigo hace décadas, también es mamá. Y Susan Orlean, a cuyos textos siempre vuelvo. Todas mamás. Pero no sólo mamás.
Ahí estaba yo, redonda y a punto de debutar en la revista en la que siempre quise escribir. Ahí estaba yo, en Lisboa, cruzando un puente con el volante del carro sobre la barriga, yendo a entrevistar al maestro de Cristiano Ronaldo. Ahí estuve, buscando fuentes. Escribiendo y reescribiendo. Y después de siete versiones, envié el texto que puso mi nombre por primera vez en la portada de la soñada Etiqueta Negra.
Pero Bruno aún no había nacido y yo tenía miedo de que no me alcanzase la energía entre un bebé y una revista cuyo cierre parecía infinito. Mientras yo debía dormir, Lima era un frenesí. Cuando amanecía en Lisboa, ellos deberían descansar.
¿Qué sería de mí levantándome de la cama cada tres horas para alimentar al bebé? ¿Qué sería de una madre primeriza, insomne y desesperada?
Con la llegada de Bruno, llegó el instinto. La cuna sólo fue usada para tomarle fotos. Durmió en mi cama. En la oscuridad de mi departamento nunca se escuchó un llanto de bebé hambriento. Lo amamanté casi sin despertar. Cada mañana, me levantaba feliz y sin ojeras. Bruno dormía mucho y comía más. Así pasaron los cierres. Las reporterías. Los perfiles. Los ensayos. La severa/implacable, minuciosa/meticulosa, afilada/exigente edición de la revista dirigida por Julio Villanueva Chang.
Bruno estuvo conmigo a lo largo de los días en los cuales entrevisté a más de 213 lisboetas en la calle, para preguntarles sobre Fernando Pessoa. Fue mi asistente y mi estrategia: no es lindo ser abordado por una desconocida en la calle, pero una desconocida con un bebé regordete y sonriente termina siendo más simpática. Bruno estaba sobre mí, dormido, mientras escribía cada texto. Bruno me acompañó -siempre en el canguro y hartándose de leche- a la filmación de As mil e uma noites de Miguel Gomes, cuando yo seguía al sonidista Vasco Pimentel. Tengo una foto en medio de la marcha para celebrar la Revolución de los Claveles. Ahí estamos, en esa fotografía que tomó Vasco Pimentel, en medio de la gente, claveles rojos por doquier y los rizos dorados de Bruno asomando bajo la capa del canguro. Con ese perfil, Vasco Pimentel, el oidor, fui finalista del Premio Gabriel García Márquez de Periodismo en el 2015.
No, la maternidad no impide la creación.
No, tampoco es fácil -el permiso de maternidad no son vacaciones, como alguna vez escuché.
No, la maternidad no es la realización de una mujer.
No, la maternidad no impide la realización de una mujer.
Que cada una escoja lo que la haga feliz.
A mí se me hace difícil deslindar la maternidad de la transformación de mi escritura. Bruno ya estaba conmigo cuando tecleé mis frases favoritas. Al tener un bebé, aprendí a ser eficiente. Nunca aproveché tan bien el tiempo. Bruno estuvo en todas mis reporterías hasta el día en que entró a la escuela. Durante un par de años yo fui conocida como “la chica que anda con un bebé en un canguro”.
Ahora él tiene sus horarios. Su práctica de básquetbol. Sus clases de natación. Ya no me acompaña, define mi agenda. Las mañanas son para escribir. El tiempo que aprovecho cuando la casa permanece en el silencio que Bruno deja cuando se va a la escuela.